miércoles, 20 de noviembre de 2013

Despedidas (2008). El Valor de un Adiós.

"Algunos hablan de que en la antigüedad, antes de que existiera el lenguaje, las personas se comunicaban con piedras para mostrar sus sentimientos..."
Se dice que de todo lo malo siempre se puede sacar algo bueno, y la verdad es que la película "Despedidas" precisamente hace eso; del drama de la muerte, la pérdida y el llanto saca la belleza, la paz y la alegría.
Y parece increíble, y más en estos tiempos donde a la muerte se la aleja porque causa nauseas. Vivimos en un mundo donde cuanto menos veamos el cadáver de nuestro ser querido, cuanto menos nos afecte o, al menos eso creamos, el paso del tiempo y la pérdida, mejor será nuestra vida. Realmente un planteamiento bastante cobarde, sin ánimo de ofender a nadie.
"Despedidas" va, precisamente, sobre el último adiós. Un violonchelista cuya orquesta se disuelve tiene que volver a su pueblo natal (Hirano, en la prefectura de Yamagata, en el centro norte del país) con su mujer. Allí, en la casa de sus padres y recordando a una madre fallecida y a un padre que les había abandonado, comenzará una nueva vida marcada por la ausencia. Atraído por una oferta de empleo de una "agencia de viajes" acabará practicando el ritual en occidente desconocido del Nokanshi.
La muerte en occidente en el último siglo es un tema cada vez más tabú, aunque no lo parezca. Nadie lo menciona si no es imprescindible y todos pretendemos ser eternamente jóvenes. En Japón esto también ocurre, quizá más que aquí incluso, ya que la sociedad japonesa, si bien poco religiosa en general es muy supersticiosa, y el tema de la muerte causa malestar e incluso cierta repugnancia entre la población japonesa actual.
Es por eso que esta película venía a romper moldes, como así ha sido, ganando 10 premios de la academia del cine japonés y el Oscar a la mejor película extranjera de 2008.
Así el filme no deja indiferente a nadie. Muestra como el ritual del Nokanshi (Amortajamiento), práctica en retroceso en Japón desde hace ya tiempo y que se practica a un difunto de cualquier confesión religiosa, humaniza la muerte, la embellece; Cada gesto, cada momento, cada mirada hacia el ser querido que ya ha partido hacia un esperado otro mundo muestra cariño, ternura, amor, aunque también muestre el dolor y la amargura de quienes no soportan la pérdida. Daigo, el protagonista, aunque al principio no quiere trabajar de amortajador se va dando cuenta poco a poco de que ese trabajo en el fondo hace feliz a mucha gente.
La película, que es completamente oriental y por tanto ajena a nosotros (incluso en su extraño humor negro), muestra que no es posible comprender la muerte si no se comprende la vida. Los diálogos y planteamientos del protagonista son auténticas delicias que solo con calma se puede saborear.
La película en si es una poesía que deja dolido, pero tranquilo y esperanzado cuando se acaba, ya que muestra que tras toda muerte hay vida. A pesar de que el trabajo que desempeña Daigo está mal visto por todos, este no querrá ya abandonarlo, ya que ese trabajo lo hace con gusto y con orgullo. No tendrá al final nada de lo que avergonzarse, pues demuestra la belleza de lo que hace. Se muestra también el mundo rural japonés, alejado de los estereotipos que inspiran las megaurbes niponas y se conocen tradiciones fantásticas como los baños públicos japoneses, sus procesiones herederas del Japón feudal y el propio ritual funerario.
En el aspecto técnico los planos son fantásticos, algo que es complicado conseguir, y la banda sonora, del gran Joe Hisaishi, (cuya música la que me llevó a conocer esta obra maestra) crea una atmósfera única, solo alterada por los trozos de humor a la japonesa del filme, los cuales nos pueden resultar patéticos en un primer momento, pero que en el fondo son el reflejo de una sociedad viva y diferente. También algo que impresionará al espectador que vea esta película sin haber visto mucho cine japonés antes será la gran expresividad de los personajes, algo típicamente japonés.

Si me tuviera, para acabar, que quedar con alguna imagen de esta película no sabría por cual decantarme. Me decantaré por cuatro, que ilustran el mensaje quizá más importante de la película. 
La primera imagen es la de Daigo y su mujer volviendo al pueblo de sus antepasados donde vivirán.
La segunda es la de el protagonista en un puente sobre un río mirando a los salmones como ascienden río arriba mientras un anciano le dice "Quieren volver a casa".
Una piedra.
La cuarta... bueno, mejor no la digo, ya la descubrirán al final de la cinta.
Todas tienen algo en común. Como el salmón, todo necesita regresar al lugar de su nacimiento para dar sentido a su vida, una vida que si bien dará muerte, también dará vida.

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